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San Juan Bautista y San Juan Congo: Sincretismo y Resistencia

Fusión cultural de San Juan Bautista y San Juan Congo en Curiepe Orígenes y Significado Cada junio, el pueblo de Curiepe, en el estado Mi...



Fusión cultural de San Juan Bautista y San Juan Congo en Curiepe


Orígenes y Significado



Cada junio, el pueblo de Curiepe, en el estado Miranda, se transforma en un epicentro cultural donde convergen dos manifestaciones que, si bien comparten fechas y escenarios, tienen orígenes e intenciones distintas: la celebración católica de San Juan Bautista, instaurada oficialmente por la Iglesia en 1721, y la veneración ancestral a San Juan del Congo, una deidad sincrética inspirada en la figura de un príncipe africano. Ambas tradiciones articulan una experiencia ritual profundamente afrovenezolana que combina velorios, cantos, repiques de tambor, ofrendas y procesiones, y que ha sido reconocida por la UNESCO en 2021 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Pero detrás de cada toque de mina y de cada pañuelo rojo y blanco, subyace una narrativa de resistencia, fe y memoria compartida.


Raíces contrastantes, historias entrelazadas


La historia documentada de San Juan Bautista en Curiepe inicia en 1721 con la llegada de frailes capuchinos que introdujeron la figura del Bautista niño como parte del proyecto evangelizador en las costas mirandinas. Su finalidad era catequizar a los esclavizados africanos e indígenas a través de la iconografía cristiana. Así, se instituyó un calendario litúrgico que incluía novenas, misas y procesiones encabezadas por la imagen blanca del santo. Sin embargo, esa imposición cohabitaba con una realidad paralela: la de cientos de hombres y mujeres africanos que, arrancados de sus tierras, traían consigo sus propias creencias, deidades y formas de expresar el dolor, la esperanza y la conexión espiritual con sus ancestros.

En ese contexto surge la leyenda fundacional del San Juan del Congo. Según la tradición oral curiepera, a finales del siglo XVII, un joven príncipe africano y su hermano menor fueron capturados por tratantes de esclavos y embarcados hacia América. Durante la travesía, el hermano, incapaz de soportar el sufrimiento, se quitó la vida antes de llegar a tierra. Devastado, el príncipe talló en madera una figura con los rasgos nobles de su hermano: cabellos dorados, mirada piadosa, rostro solemne. Esta escultura no solo representaba una efigie, sino un nkisi (objeto sagrado portador de energía espiritual protectora en varias culturas bantúes). Con el tiempo, aquel príncipe logró reunir dinero suficiente para comprar su libertad y la de varios compañeros. Los liberados se establecieron en Curiepe y, cada junio, ocultos de las autoridades eclesiásticas, rendían culto al San Juan del Congo con tambores, danzas y ofrendas. Así nació la “cofradía del Congo”, núcleo espiritual y político de la resistencia cultural afrovenezolana.


Rituales distintivos y expresiones compartidas


El calendario ceremonial de ambas tradiciones se desarrolla en paralelo y alcanza su punto álgido entre el 23 y 25 de junio. El 1º de junio se escucha en la Plaza Bolívar el primer repique de tambor mina, acto que marca el inicio del ciclo ritual. Desde ese día, el pueblo se organiza en ensayos de danzas, confección de vestuarios, preparación de alimentos y planificación comunitaria. Las novenas dedicadas al Bautista se celebran en horario vespertino, mientras que las ofrendas y rezos al Congo se realizan tradicionalmente al anochecer o en la intimidad del hogar.

El 23 de junio se lleva a cabo la llamada “Nochebuena de San Juan”, un velorio simbólico donde ambas imágenes (el Bautista niño y la talla del Congo) comparten altar en la Casa de la Cultura. Alrededor de ellas se agrupan vecinos, cofrades, tamboreros y devotos. Se encienden velas, se reparten frutas y dulces, y los tambores no cesan hasta la madrugada. Las oraciones cristianas coexisten con cánticos de origen africano invocando protección, fertilidad y justicia.

El 24 de junio, al mediodía, se celebra la misa cantada en honor al Bautista. Lo que la distingue es que el coro está formado por cultores afrovenezolanos que interpretan salves eclesiásticas al ritmo del culo e’ puya y el améné. Esta fusión de canto litúrgico y percusión ancestral simboliza la convivencia entre mundos espirituales. Luego de la misa, el pueblo inicia una larga procesión que recorre los barrios de Curiepe. Aquí surgen dos estilos de danza: el primero, más espontáneo, conocido como “hilera comunal”, invita a niños, ancianos y familias enteras a unirse en filas al ritmo del tambor mina. El segundo, de mayor exigencia estética, se conoce como el “baile de pareja” o “danza ceremonial”, y se ejecuta al compás del culo e’ puya en movimientos coreografiados que simbolizan una ofrenda directa al santo.


Lo simbólico en cada elemento: vestimenta, tambores y ofrendas


El rojo y blanco que inunda Curiepe durante estas fechas no es casual: representan tanto los colores del Bautista según la iconografía católica, como los símbolos de pureza y sangre ancestral en cosmovisiones africanas. Los pañuelos anudados en la frente, los brazaletes tejidos a mano y las faldas con motivos tribales refuerzan esa doble pertenencia. Los tambores, por su parte, son más que instrumentos musicales: el mina, con su profundo retumbar, representa el llamado colectivo; el culo e’ puya, ágil y cortante, marca el ritmo de los bailes ceremoniales; mientras que el curbata y el quitiplás (hechos de tubos de bambú o madera) evocan la comunicación con los antepasados.

Las ofrendas varían según el rito: al Bautista se le entrega pan, flores y velas; al Congo, se le sirve ron añejo, miel, frutas tropicales, tabaco y aguardiente. Ambos rituales coinciden en el respeto y la generosidad como ejes centrales de la espiritualidad. Cabe destacar que, mientras la celebración católica tiene una estructura jerárquica (sacerdote, acólitos, padrinos), el culto al Congo privilegia la horizontalidad y la participación de la comunidad organizada en cofradías.


Las cofradías y el poder de la comunidad organizada


Las cofradías tienen un rol protagónico en la preservación y ejecución de las festividades. En el caso del San Juan del Congo, estas organizaciones conformadas por hombres y mujeres de distintas edades se encargan de custodiar la talla original, planificar las veladas, formar nuevos tamboreros y mantener los saberes orales. En algunas familias, la talla ha permanecido oculta por generaciones y solo se expone durante el mes de junio. También existen juramentos de transmisión que garantizan que el conocimiento musical, coreográfico y espiritual sea transferido de mayores a jóvenes con exactitud.

Del lado del San Juan Bautista, existen comisiones parroquiales y grupos de padrinazgo que velan por la misa, las novenas y la indumentaria litúrgica. Aunque con estructuras diferentes, ambas formas de organización convergen en un objetivo común: mantener viva la tradición en cada repique, en cada pañuelo y en cada abrazo compartido.


Reconocimiento UNESCO y desafíos para el porvenir


En 2021, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró la manifestación de San Juan Congo en Curiepe como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Este reconocimiento valida no solo la riqueza estética y ritual del evento, sino el valor universal de su legado afrodescendiente. Sin embargo, la manifestación de San Juan Bautista (aunque íntimamente ligada) no fue incluida de forma individual, lo que representa un reto simbólico y documental para quienes defienden la visibilidad integral del sincretismo curiepero.

Entre los principales desafíos actuales destaca la migración de jóvenes a las grandes ciudades, lo cual amenaza la cadena de transmisión oral de saberes. Además, la infraestructura cultural presenta carencias: la Casa de la Cultura necesita renovaciones estructurales, equipos de sonido y fondos sostenibles para talleres. A esto se suma el auge del turismo que, sin lineamientos apropiados, podría folklorizar o trivializar una tradición profundamente espiritual y política. Los curieperos han comenzado a debatir internamente sobre el equilibrio entre apertura cultural y autenticidad ritual.


Perspectivas desde la comunidad: voces que custodian la memoria


Distintas voces de la comunidad reafirman el compromiso con la defensa de ambas expresiones. María Gómez, cultora de mina, explica: “Cada repique nos conecta con quienes lucharon por nuestra libertad. Aquí no solo honramos a un santo, sino al alma de nuestro pasado”. El párroco local, el padre José Montilla, celebra el carácter integrador de la celebración: “Cuando el coro canta ‘Si San Juan lo tiene, San Juan te lo da’, recordamos que la fe y la resistencia pueden ser una misma fuerza”. La alcaldesa del municipio Brión, Rosa Delgado, agrega: “La UNESCO nos dio visibilidad, pero el verdadero patrimonio somos nosotros, la comunidad que mantiene vivo el tambor”. Estas declaraciones reflejan una verdad compartida: más allá del reconocimiento oficial, la continuidad de la fiesta depende del tejido social que la sustenta día a día, generación tras generación.


Un llamado a honrar el legado compartido


La fiesta de San Juan Bautista y San Juan del Congo en Curiepe no es una tradición detenida en el tiempo. Es una manifestación viva, cargada de simbolismos, historias y prácticas que condensan siglos de adaptación, dolor, fe y celebración. Preservar este sincretismo no es solo un acto cultural, sino un gesto político y espiritual de enorme profundidad. Quienes deseen involucrarse pueden hacerlo respetuosamente: asistiendo a los rituales del 23 al 25 de junio, participando en talleres como los de “La Muchachera de Curiepe” o contribuyendo al programa “Herederos del Tambor”.

El tambor, la danza, la talla y la misa (por separado o en conjunción) son piezas de una historia mayor que no puede dividirse sin perder su eco. Curiepe ha demostrado que la coexistencia es posible, que un pueblo puede acoger en su pecho tanto a un santo católico como a un príncipe africano. Por eso, este llamado es también una invitación: a mirar, a aprender, y sobre todo, a no dejar que el latido ancestral de los pueblos afrovenezolanos se apague.


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